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Maravillas de la amistad

por GRUPO BIONICA en September 16, 2021

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Quizá no existe una relación tan celebrada como la amistad, quizá determinar un mes y un día para hacerlo no es más que una formalidad innecesaria porque cada reunión es una fecha especial: el grito que anuncia el encuentro con un amigx que hace mucho no vemos, el abrazo que recuerda el pacto de amistad que hace años hicimos, la sonrisa permanente de una reunión entre amigxs, la risa incontenible de un recuerdo específico, el llanto que sale con tranquilidad bajo la mirada del otrx, el disfrute del silencio que ya nunca es incómodo. Estar entre amigxs es celebrar todo el tiempo.

Dentro de nosotros hay algo que se enciende, que arranca en el momento en el que reconocemos a otrx como amigx. Es una sensación que tal vez solo se compara con la que despierta un ser amado y qué es un amante sino un gran amigo y qué es un amigo sino el ser amado por excelencia.

Es un instante preciso esto que se enciende, una cosa que tal vez no sabemos que está sucediendo en ese momento, pero que meses o años después somos capaces de nombrar con claridad. ¿Cuándo nos hicimos amigxs? Aunque nos hayamos visto antes, aunque ya nos conociéramos, el momento en el que inicia la amistad tiene nombre. Aunque la vida ya viniera corriendo, sabemos que desde ese momento algo más despierta en nosotros, una isla nueva en la parte del cuerpo encargada de amar que nace y se inaugura ese día, que lleva el nombre de un nuevo amigx.

¿Existirá tal vez alguien cuyo oficio sea sembrar en nosotros un amigx? ¿Será el cultivo de amigxs el trabajo de un ser superior? ¿Un jardinerx de la amistad? Cómo es que de todas las personas que conocemos a diario, de todos los nombres que escuchamos, de todos los rostros y cuerpos que vemos, terminamos tejiendo una relación de amistad con algunos de ellos, unos poquitos, unos que parecieran elegidos para.

Cuidar de alguien es una responsabilidad de la que quizá huimos con frecuencia porque el tiempo no nos alcanza. Pero cuidar de un amigo es también saberse cuidado y no hay una sensación más acogedora que esa: sé que me aman, sé que me cuidan. A cambio de eso estamos dispuestos a ser recíprocos.

Revisar que las condiciones climáticas sean adecuadas, proporcionar un suelo nutritivo en donde puedan correr el agua y el aire y permitir la entrada de luz suficiente son las tres recomendaciones principales para cuidar de una planta. La analogía está ahí: el clima (o el ambiente), el suelo (o la base) y la luz (o la mirada) son también grandes recomendaciones para cuidar de alguien.

Tal vez la definición de jardinerx se acerca también a la definición de amigx: “Persona que por oficio cuida y cultiva un jardín”. ¡El oficio de la amistad! Sí hay entonces alguien cuyo trabajo es el cultivo de amigos. Quizá no es un ser divino y somos simplemente nosotros, encargados de buscarle casas al espíritu, a eso que nos excede físicamente y que se sacia solo en el encuentro con quienes amamos.

Somos amigxs de nuestros amigxs por eso que ellos son cuando están con nosotros y por eso en lo que nos convertimos en su compañía. Insistimos en esa relación porque somos capaces de pensar en esa amistad presente y futura como algo que con el tiempo se hará más fuerte, tal vez más grande, tal vez mejor, tal vez ausente: reconocer la posibilidad de la finitud, esa que a veces en la relación entre amantes nos cuesta creer, es una de las grandes maravillas de la amistad.

El momento nombrable aquel en el que una amistad inicia es quizá el mismo momento del sembrado, el momento en el que el jardinerx, nosotrxs, dando el paso de iniciar un proceso, somos capaces de imaginar el florecimiento que sucederá en ese proceso y la transformación ineludible que lo acompaña: a continuación algo comenzará a cambiar, veremos si crece o no, pero definitivamente cambiará.

Eso que sucede entre dos personas una vez hay una amistad establecida, eso que se siente en presencia del otro es por lo menos inefable. Llamarlo amistad es nuestra forma de traerlo al mundo que habitamos, pero quienes hemos sentido la fuerza extraordinaria que consigo trae una relación de amigxs sabemos que es una cosa que rompe los límites del lenguaje. Allí donde el lenguaje nos encierra, donde tal vez nos hace presos, aparecen sentimientos como la amistad para demostrarnos que si el mundo se hace cuando lo nombramos hemos hecho poco.

El lenguaje, eso sí, nos permite hacer grandes listas de eso que identificamos en el otrx y que nos hace amarlx, ser su amigx. Listas de cosas que nos gustan, que nos hacen reír o nos hacen sentir amadxs, incluso listas de cosas que no nos gustan y que tal vez de igual forma nos atraen. En esas listas podríamos pasar muchísimo tiempo y sin embargo al final todas esas palabras no serían realmente la razón de la amistad que hemos construido. Si, al igual que Montaigne, nos obligaran a decir por qué queremos tanto a nuestrx amigx, al igual que Montaigne terminaríamos por reconocer que no hay mejor forma de expresarlo que respondiendo: porque se trata de él; porque se trata de mí.

Como el lenguaje, el oficio del jardinero (y del amigx como jardinerx) se queda corto en el cuidado frecuente. No somos un ser cuidando que otro ser tenga las condiciones adecuadas para su crecimiento; o no somos solo eso porque esa misma atención la esperamos de vuelta y porque en la complejidad de la amistad está permitida también la distracción. Sin embargo, el mundo que nos precede y hasta hoy nos acompaña, el de la fauna y la flora, nos ofrece la posibilidad de compararnos de nuevo con él. Parece que más bien somos una comunidad de seres cuyos procesos se relacionan entre sí y muchas veces se necesitan entre sí: un ecosistema.

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